Ya soy, oficialmente, universitaria. Dos veces he tenido que ir a Madrid porque faltaba algún documento, pero bueno… por lo menos me he ido familiarizando con ese mundillo por el que me voy a desenvolver dentro de unos meses.
He vagabundeado por mi facultad y la impresión que me ha dado es que se cae un poco a cachos, jeje. Aunque, por lo menos, cuando entré tuve la sensación de que no me estaba equivocando. No como hace unos meses, cuando fuimos a ver la Facultad de Psicología de la Complutense (porque yo, hasta hace dos meses, quería estudiar Psicología).
Entramos en la biblioteca y me di cuenta de que mi lugar no estaba entre Freud o Lacan. Yo era más de Cervantes, Lorca y Machado.
En el fondo, desde que escogí el bachillerato de Ciencias Sociales porque tenía la opción de dar Psicología, supe que me estaba equivocando (o más bien lo intuía).
Me encanta saber cómo funciona la mente humana, por qué la gente actúa de un modo u otro… pero es simple curiosidad. No me veo en un despacho toda mi vida tratando a gente que probablemente vendría a mi consulta para solucionar problemas que yo también tengo. Quizá el único fin de estudiar psicología era “arreglarme” un poco y entenderme mejor.
El último día del segundo trimestre, cuando nos dieron las notas, llegué a casa y empecé a llorar. Ni siquiera sabía por qué estaba llorando, pero eran lágrimas que llevaba acumulando mucho tiempo. Fue justo en ese momento cuando me di cuenta.
Ahora sólo queda dar un poquito de Latín este verano y… estudiar lo que realmente quiero estudiar.